jueves, 7 de febrero de 2013

Anclada a ti.

Pesadillas en mi mente. Sueños perturbados. Desvelos, uno detrás de otro, durante toda la noche, casi periódicos. Me sentía tan mal que ni sentía la sangre correr por mi cuerpo, ni notaba traspasar mi piel con el boom, boom que mi corazón hace al latir. No encuentro palabras que describan el vacío que sentía en ese momento, el estómago hundido, la garganta seca, y en mi corazón, y mi mente, angustia, vacío, necesidad, dolor, impotencia. Miedo, tenía miedo de que no estuvieras conmigo. De que te arrebatara de mi. Tiritaba miedo, tristeza, dolor. Tiritaba asco, odio y ganas de que ella desapareciera de mis sueños, y también de mi realidad. Mi corazón lo gritó durante más de 10 de las 12 horas que permanecí en la cama aquella noche. Lo necesitaba tanto y más. Como un cuerpo necesita corazón, como un corazón latidos y, como un latido, la fuerza que el amor le da.
Mi alma gritaba que me refugiaras del miedo a perderte, y es que aún perdura ese miedo.

Pero al fin y al cabo, esto nunca se cumple, ¿no? 
Una pesadilla y nada más.



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